El Fine Water Summit reúne a los mejores sommeliers del mundo para demostrar que el agua puede ser tan sofisticada (y rentable) como el vino. Un mercado en auge, nuevas experiencias y un mensaje ambiental marcan el pulso de la industria.
En el exclusivo barrio de Buckhead, Atlanta, la escena parece sacada de una cata de vinos de alto nivel: seis sommeliers observan, huelen, giran y finalmente prueban el contenido de sus copas. Sin embargo, en este evento no hay ni una gota de Malbec ni Cabenet Sauvignon. Los expertos están catando aguas premium, en el marco del Fine Water Summit, el encuentro más grande del sector a nivel global.
Con 1.100 botellas importadas de 35 países, el evento ha reunido a apasionados desde Hong Kong, Francia y California, dispuestos a pagar U$S 975 por un fin de semana de charlas y degustaciones. La cita es coordinada por Michael Mascha, el austríaco fundador de la academia Fine Water Society, responsable de certificar a más de 250 sommeliers de agua. “No llevo vino a las fiestas, llevo esto, y el resto de la noche nadie quiere champán”, asegura Mascha mientras exhibe una botella de “Fromin”, agua de la era glaciar con 15.000 años de antigüedad proveniente de la actual República Checa, en la que flotan auténticas escamas de oro.

La sofisticación en la cata de agua no tiene nada que envidiarle al vino. Los especialistas detectan matices de sabor según la mineralidad, el contenido de sílice o el tamaño de las burbujas. “El agua de los glaciares de las islas Lofoten, en Noruega, realmente sabe a nieve derretida”, comenta Nico Pieterse, sommelier sudafricano, quien recomienda maridarla con sashimi. Mientras tanto, un agua proveniente del volcán más alto de los Andes, en Perú, sorprende por su carácter amargo y salino, ideal para acompañar pizzas de anchoas o alimentos fritos.
El auge del agua premium está impulsando la aparición de menús de agua en casi 40 restaurantes de alta gama, varios de ellos con estrellas Michelin. A esto se suma el interés creciente de los jóvenes que, con menor inclinación hacia el alcohol, buscan nuevas experiencias sensoriales. Uno de los grandes protagonistas en redes es Doran Binder, un sommelier británico que descubrió la calidad excepcional del agua de su terreno al adquirir un pub rural. Hoy vende latas de agua “cremosa” por suscripción y denuncia que “las grandes compañías están estafando a la gente con aguas llenas de químicos”, y que en los restaurantes “arruinan el producto sirviéndolo con cubitos de hielo clorados y una rodaja de limón”.
El Fine Water Summit también fue el escenario de innovaciones tecnológicas y debates ambientales. El patrocinador principal, Lake, una empresa de criptomonedas, apuesta por la descentralización del negocio del agua. Por su parte, la sommelier y científica ambiental Elena Berg considera que la tendencia puede ser un canal para concientizar sobre la importancia del acceso al agua limpia en un contexto de cambio climático. “Es una forma de recordar lo valioso que es el agua”, afirma.
La experiencia busca ir más allá del paladar. Pieterse propone incorporar códigos QR en las botellas para que los consumidores puedan escuchar el sonido del agua en su fuente original mientras la disfrutan: “Así podrán deleitarse sabiendo que están bebiendo lo mismo que pudo haber tomado un mamut”.
En definitiva, el agua premium se consolida como un mercado en expansión que fusiona placer, exclusividad y conciencia ecológica. Una industria donde cada gota cuenta y el lujo se redefine, vaso a vaso.