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Las vitivinícolas sudamericanas quieren aprovechar la ola y subirse al tren que llevó al Malbec a ser una opción cada vez que un consumidor se planta frente a una góndola en América del Norte o Europa. Agregándole valor tangible al producto, argentinos y uruguayos suben la apuesta.

No son pocos los analistas del mercado del vino del mundo que aprecian los vinos de Argentina que critican a sus productores por no animarse a subir sus precios y ya no solo competir en calidad sino también en precio con los grandes productores de vino del mundo como son los de Francia, España, Italia y los Estados Unidos.

Estadísticas 2020 – INV Argentina

En cuanto a calidad, muchos de esos productos están a la misma calidad que los grandes vinos del mundo. Para las etiquetas de Argentina hace tiempo que ya dejaron de ser accesibles esos 95, 96, 98 o 100 puntos que otorgan los grandes críticos y concursos de todo el mundo.

Claro, nunca faltan aquellos afamados críticos agoreros que afirman que en el mundo «Argentina es solo Malbec» y que sugieren a sus productores no salir de esa cepa si no quieren perder dinero y tiempo en los mercados externos.

Es posible que tengan razón, el tiempo dirá, pero por ahora esa afirmación demilitante parece no tener asidero ya que en los últimos tiempos, la Argentina comenzó a lograr grandes vinos con otras cepas tintas como la pinot noir, la bonarda, el tannat, incluso algunas blancas como la hasta hace poco indomable torrontés y algún rosado supercompetitivo a base de pinot o el mismo malbec.

Estadísticas 2020 – INV Argentina

Claro, las crisis económico financieras -prácticamente un estado crónico de la Argentina- no ayudan a que los productores argentinos puedan animarse a más y más en otras latitudes -como en Estados Unidos y Europa- donde sus excelentes productos son valorados ya no solo por su bajo precio y gran calidad sino también por su alta competitividad frente a los grandes exponentes de los más famosos viñedos europeos.

Pero todo eso está cambiando y desde hace unos pocos años o meses, argentinos y uruguayos comenzaron a animarse al pricing poniendo a algunos de sus vinos en valores mayores que los vinos chilenos y en algunos casos alcanzando los precios de los estadounidenses y de algunos europeos también.

En Uruguay también

Con una larga historia como vitivinicultores, como en toda la región del Río de la Plata y Cuyo, los productores uruguayos aprendieron más rápido que sus hermanos argentinos y, aprovechando esa experiencia, lograron resultados ideales en mucho menos tiempo.

Con un 7,19% de su producción de vino exportada en 2021, Uruguay comercializó 5.384.324 litros, de 74.865.268 litros elaborados en el país, por un valor equivalente a los 17.903.268 euros.

Esta cifra es mayor frente a los 6.941.576 litros que se vendieron en 2020 por valor de 17.233.448 euros. Históricamente, el sector vitivinícola de Uruguay se ha trazado la meta de exportar el 20% de la producción, algo que en 2018 estuvo muy cerca, con 18.567.895 litros enviados fronteras afuera.

Estadísticas 2020 – INAVI Uruguay

“El 2022 no está siendo un año malo para la exportación, llevamos 1,2 millones de litros vendidos, frente a 1,5 millones del año pasado durante el primer trimestre del año”, comentó la responsable de Exportaciones del Inavi, Martina Litta.

Además, de acuerdo a datos del INAVI, casi el 20% de la uva para vino fue certificada como producida de modo sostenible, un número bastante mayor al que esperaban los productores y los organismos de control.

«La certificación se puso en marcha por primera vez en la vendimia 2022 y alcanzó a más del 18% de la producción nacional de uva para vino. Una cifra muy por encima de las expectativas que teníamos los actores involucrados, de acuerdo con el numero de productores que inicialmente presentaron interés en el proyecto», explicó el ingeniero agrónomo Andrés Coniberti, investigador principal en vitivinicultura de INIA.

Otro aspecto para destacar es que el 50% de los productores que obtuvieron la certificación son pequeños. Eso confirma la viabilidad económica de la iniciativa, que se estructuró de forma tal que el costo de implementar la normativa y su auditoría no fuera una limitante. De esta manera, productores de cualquier escala pueden obtener el sello de sostenibilidad.

«El costo del proceso de auditoria bajo un esquema de certificación individual es de cerca de US$ 1.000, lo cual es elevado para un productor pequeño. Este sello buscamos que fuera accesible y para eso se estableció un proceso de certificación grupal con auditoria interna llevado adelante por INAVI, que además brinda soporte técnico.

LSQA audita ese proceso interno y a una muestra del 30% de los productores a certificar. Eso implica la reducción de aproximadamente el 70% de los costos, lo que viabiliza la inclusión de productores de escala reducida. Este es un aspecto clave para que el programa tenga alcance nacional», dijo Coniberti.

Consultado por los precios de los vinos que llevarán el nuevo sello, el experto señaló que «es muy difícil proyectar si los productores e industriales van a tener un incremental de precios por el certificado en esta primera vendimia».

No obstante, aseguró que «muchos industriales seguramente visualizan una oportunidad de mercado ya que han manifestado a los productores a los que habitualmente les compran que su intención es adquirir uva certificada».

Coniberti subrayó que «en Uruguay los viticultores en general son productores familiares y en su amplia mayoría producen de forma sostenible. Con la certificación están valorizando y garantizando esos métodos de producción y se están adelantando a las crecientes exigencias del mercado y de los consumidores, por ejemplo, en lo que hace a aspectos ambientales».

Asimismo, el investigador señaló que «promover el nuevo sello será clave para que el consumidor valore y esté dispuesto a pagar más por un vino hecho con uva sustentable», y concluyó con una proyección optimista, ya que aseguró que «ya hay un montón de productores que están demandando la certificación para la próxima vendimia».

Desde mediados de 2021, al menos cinco aspectos de la cadena mundial de suministro del vino (producción agrícola, transporte, mano de obra, geopolítica y energía) empezaron a sufrir importantes dificultades a la vez, lo que causó dolores de cabeza a las bodegas de todo el mundo.

La suposición común era que esas dificultades serían transitorias, y las respuestas eran principalmente de naturaleza táctica.

En nuestra opinión, cada vez hay más indicios de que algunos de estos cambios son estructurales y podrían empeorar mucho. La industria vitivinícola mundial ha llegado a depender de los fletes baratos, de las bajas barreras comerciales y de la energía barata, todo lo cual está siendo cuestionado.

Las medidas de precios han sido la primera y más obvia línea de defensa de las bodegas para intentar mantener los márgenes. Pero a medida que los consumidores se enfrentan a presiones de costes crecientes para numerosos productos básicos, (incluso cuando los costes de los insumos siguen aumentando), puede valer la pena considerar otras respuestas más estructurales/estratégicas.

Éstas podrían incluir un replanteamiento completo del envasado; el desplazamiento de una mayor parte de las operaciones de la cadena de suministro más cerca del consumidor final, cuando sea posible, para mejorar la eficiencia; y la diversificación (de los mercados y/o del abastecimiento) para ayudar a mitigar los riesgos geopolíticos.

El vino es el segundo producto ecológico de origen vegetal exportado por Argentina

La producción y exportación de productos vitivinícolas orgánicos argentinos viene en ascenso. Así lo confirma el informe presentado recientemente por el Instituto Nacional de Vitivinicultura (INV), que indicó que a lo largo del país hay una superficie 9.300 ha cosechadas de uva ecológica, que representan el 4,4% del total cultivado. 

El estudio indica además que la producción de vid orgánica en territorio argentino se incrementa a un ritmo de 38% anual, teniendo en cuenta el promedio comprendido entre los años 2018 y 2021. 

Con respecto a las exportaciones, el año pasado se enviaron fronteras afuera 11,1 millones de litros de vino ecológico (6,4% más con respecto a los 10,4 millones del 2020), 2,4 millones de litros de mosto concentrado orgánico (146% más que los 971.972 litros del año anterior) y 887 toneladas de pasas de uva orgánica (40,8% respecto a las 630.356 toneladas del 2020).


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