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Bruselas evalúa actualizar el esquema fiscal del alcohol en toda la Unión Europea, sin cambios desde 1992. La Organización Mundial de la Salud y un sector del Parlamento Europeo presionan por nuevos tributos al vino, mientras productores y bodegas anticipan el golpe económico que implicaría.

La Comisión Europea volvió a poner sobre la mesa un tema tan sensible como histórico: la posible reforma de los impuestos al alcohol dentro del bloque. Las tasas actuales, vigentes desde hace más de tres décadas, establecen un mínimo obligatorio para la cerveza y los destilados, pero el vino mantiene una tasa cero desde 1992.

Un portavoz del organismo confirmó a Euractiv que “estamos al comienzo de un proceso que incluirá amplias consultas con los Estados miembros”, aunque aclaró que “aún no se ha tomado ninguna decisión respecto a la fiscalidad del alcohol”. Esto deja abierta la posibilidad de un cambio que podría redefinir la estructura impositiva de una de las industrias más potentes de Europa.

Un compromiso pendiente del Plan Europeo contra el Cáncer

El debate fiscal se enmarca en el Plan Europeo de Lucha contra el Cáncer, presentado en 2021, en el que la Comisión se comprometió a revisar la legislación sobre la tributación del alcohol antes de 2025. Según las normas actuales, la UE solo exige un mínimo de €0,03 por una botella de cerveza y unos €1,54 por una botella de whisky, mientras que el vino continúa exento.

El impulso político para reformar ese esquema no proviene solo de Bruselas, sino también de la Organización Mundial de la Salud (OMS), que ha intensificado sus advertencias sobre los riesgos del consumo de alcohol. En su más reciente informe, la Agencia Internacional para la Investigación sobre el Cáncer (IARC), parte del sistema de la OMS, subrayó que el alcohol es una sustancia carcinógena del Grupo 1 y recomendó “mayores impuestos y restricciones de venta” como medidas preventivas.

“El aumento de impuestos al alcohol es una herramienta estratégica de prevención para la Unión Europea”, señala el documento que revisa el avance del plan europeo.

Tensiones políticas y resistencia desde el sector vitivinícola

El tema, sin embargo, divide profundamente a los gobiernos y productores del bloque. Países como Francia, Italia y España, donde el vino forma parte del tejido económico y cultural, han defendido históricamente la tasa cero, mientras que los países nórdicos y algunos del este europeo impulsan una armonización de los tributos para reducir el consumo y aumentar la recaudación.

Desde 2010, la Comisión ha intentado sin éxito imponer un impuesto mínimo a los productos vínicos, similar al aplicado a la cerveza, pero la iniciativa nunca prosperó ante la fuerte oposición de los principales productores. En palabras de un estudio oficial de ese año: “La tasa podría equipararse, en términos de contenido de alcohol, a la que se aplica actualmente a la cerveza”.

Para las principales bodegas europeas, gravar el vino supondría un cambio radical con consecuencias económicas directas. Francia, por ejemplo, representa cerca del 35% de la exportación total de vino del mundo, e Italia y España suman otro 40%. Una medida impositiva uniforme no solo impactaría el consumo interno, sino también la competitividad internacional.

El peso de la opinión pública y el pulso político

A nivel interno, el asunto también despierta tensiones políticas. El grupo de los Socialistas y Demócratas del Parlamento Europeo publicó recientemente un documento de posición sanitaria en el que calificó al alcohol como una “sustancia tóxica, psicoactiva y generadora de dependencia”, respaldando “una propuesta de impuestos al alcohol que incentive a los Estados miembros a aplicar las políticas más efectivas dentro de su contexto nacional”.

Sin embargo, incluso dentro de la propia Comisión hay cautela. En el borrador del programa de trabajo 2026, se menciona una revisión del marco legislativo del tabaco, pero no se hace referencia alguna al alcohol. Según el director regional de la OMS para Europa, Hans Kluge, la ausencia del tema no sorprende: “Subir los impuestos resulta políticamente impopular y aplicar estas medidas es muy difícil”, declaró esta semana.

Una posible “revolución fiscal” para el vino europeo

Si la Comisión finalmente decide gravar el vino, el impacto podría redefinir la estructura de precios, sobre todo en segmentos de volumen y gama media, donde los márgenes son más sensibles. Para los vinos premium y de exportación, el aumento de tasas podría trasladarse al precio final sin un derrumbe inmediato de la demanda, aunque sí con riesgo de pérdida de competitividad frente a regiones productoras extracomunitarias como Sudamérica, Australia o Estados Unidos.

Por ahora, Bruselas mantiene la prudencia. Pero la mera posibilidad de que el vino deba tributar como la cerveza o los espirituosos ha encendido las alarmas en los principales países productores, donde la industria vitivinícola representa un eslabón económico estratégico que combina tradición, empleo y exportaciones.

A más de 30 años del último marco fiscal común, la discusión sobre el vino y los impuestos promete ser uno de los temas más delicados de la política económica europea para 2026: equilibrio entre salud pública, recaudación y la defensa de una de las señas de identidad más poderosas del continente.


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