Tormentas o sequías, incertidumbres comerciales, nuevas tecnologías: medio centenar de países productores de vino encaran el futuro del sector durante un congreso mundial en México. Este año -vuelve la presencialidad- se hace en una región vitivinícola afectada por la escasez de agua y el creciente turismo.
La adaptación al clima extremo, el uso de inteligencia artificial y las disrupciones de las cadenas mundiales de suministro están en la agenda del 43° Congreso de la Organización Internacional de la Viña y el Vino (OIV), que se realiza entre este lunes y viernes en Ensenada, en el estado de Baja California (noroeste), en México.
Mejor conocido por sus tres licores blancos hechos de agave (mezcal, pulque y tequila), México ocupa el puesto 35 entre los productores mundiales de vino con 35.822 hectáreas de vid, según la OIV. El viñedo mundial abarca 7,3 millones de hectáreas.
El Valle de Guadalupe -con poco más de 5.000 hectáreas- produce el 75% de los vinos del país, con tres grandes bodegas (Monte Xanic, Santo Tomás y Cetto) y decenas de pequeños vitivinicultores.
Las cepas locales (Cabernet Sauvignon, Merlot, Chardonnay) maduran en un ambiente árido con cada vez menos lluvia.
Hace dos meses, los productores lanzaron un grito de alerta: «Entre 2014 y 2019 se perdió 18% de tierra agrícola en el Valle». «De continuar esta tendencia, en 2037 ya no existirán tierras de cultivo», advirtieron.
El objeto de su ira: el aumento de actividades de ocio (discotecas, conciertos) que amenazan el porvenir de los viñedos y del vino en un entorno frágil, según los firmantes de la petición «Rescatemos el Valle».
Su advertencia es rotunda: el Valle no debe convertirse en un nuevo Tulum, sitio de un antiguo puerto prehispánico maya, que cedió al turismo con la construcción de un enorme hotel en la península de Yucatán (sureste).
«Ahorita ya hay una cantidad de restaurantes, cantinas, antros que ofrecen todo menos vino mexicano», se queja Keiko Nishikawa, portavoz de la bodega Santo Tomás.
«Fuimos responsables de este crecimiento brutal y desordenado, típico de México», matiza Pau Pijoan, un veterinario igualmente productor de vino, instalado desde hace 20 años en el Valle.
«Cuando yo compré este terreno habría cuando mucho 15-18 vinícolas establecidas. Ahorita supuestamente hay más de 200», añade Pijoan.
Tecnología para predecir cosechas
Es en este contexto que se celebra el Congreso de la OIV, «la referencia científica y técnica del mundo de la viña y el vino», según su web.
Como antesala, los organizadores anunciaron la incorporación simbólica de Ucrania, con sus 41.800 hectáreas de viñedos, como el 49° país miembro.
Las consecuencias de la invasión rusa y la crisis de las cadenas de suministro pesan sobre el mercado mundial, luego de que la pandemia propiciara un auge de la venta de botellas por internet.
«Insumos como tapones de botellas llegan más tarde y más caros», subraya el director general de la OIV, el español Pau Roca, quien menciona también el precio o la escasez de electricidad.
El ejecutivo, sin embargo, ve el futuro con «cierto optimismo»: «Salimos de las crisis bastante rápidamente, mucho más que la crisis económica del 2008 que fue larga».
La OIV confía en las nuevas tecnologías para enfrentar las dificultades.
Los viticultores disponen de una gran cantidad de datos generados por sensores que colocan en los viñedos, y aunque aún no son capaces de integrar esta información en sus decisiones, «la inteligencia artificial nos puede ayudar», destaca Roca.
Por ejemplo, en Argentina, la Universidad Nacional de Cuyo trabaja en un programa para «la optimización» del pronóstico de los cultivos con la ayuda de «machine learning» o «aprendizaje automático», una rama de la inteligencia artificial.
«La máquina funciona con mecanismos repetitivos, redes neuronales profundas que detectan cuántos racimos de uva hay en cada imagen (captada por drones)», explicó el investigador Emmanuel Millán al diario Página 12. Este método ayudaría a evaluar mejor la próxima cosecha e identificar las mejores uvas.
Los organizadores anuncian la llegada de unos 2.500 expertos y científicos para el primer congreso postpandemia de la OIV.
En el anterior, de 2019 en Ginebra, decenas de estudios giraron en torno a la adaptación al cambio climático, en particular a técnicas de manejo de viñedos para adecuarlos a condiciones climáticas más cálidas y secas.
Un estudio en Suiza mostró también que «los vinos con un ligero azúcar residual resultan particularmente apreciados por los consumidores», por ejemplo «el Pinot gris con 7,2 g/L de azúcar residual».
¿La razón? Los nuevos consumidores están «acostumbrados a beber mucha soda desde la infancia», mientras el calentamiento global «resulta en mayores maduraciones», por lo que «los vinos tienen más alcohol y tienden a retener más azúcar residual».
Fuente: AFP